Mayra Gabriel
¿Tuvo usted esa emoción de celebrar su fiesta de quince años cuando se acercaba? Pues bien, para mí, allá por abril de 1971 me tocaba, pero ¿qué me pasó? No me tocó. Ese año empecé mi segundo curso de bachillerato, en un colegio con compañeras totalmente nuevas para mí, una casa del centro de la ciudad con un par de directoras bastante estrictas y qué, para mi sentir, era todo lo contrario de donde yo venía. Un colegio con mucho deporte, jardines, compañeras desde kínder y poca disciplina académica. Mi cuerpo no lo soportó y tuvo una gran sacudida, y en vez de celebrar mis quince años, me tocó pasar un buen tiempo en cama, acompañada y jugando con los gatos de la casa por una tremenda hepatitis que me dio.
No puedo negar que con apenas mes y medio que llevaba de conocer a mis nuevas compañeras, que hasta la fecha sigo amando y seguimos en comunicación, fueron superbuenas conmigo. Me mandaban los deberes, me mandaban notitas amistosas con mi hermana que estaba en el mismo colegio, de repente me llamaban al teléfono de la casa para saludarme y muchos otros detalles más. Realmente, fueron muy especiales para mí, al igual que mis amigos de la cuadra que llegaban a visitarme, o mi amiga del alma, la Mimi, que se llegaba a meter a mi cama, según ella, para que se le pegara la hepatitis y así no ir al colegio, pero qué si nunca se le pegó.
Recordar ese tiempo qué, para mí, en aquel entonces . . . se imagina a los quince años, estar mes y medio en cama por una hepatitis y comiendo comida sin grasa, fue agotador, los detalles amorosos de los amigos y familia llenaron mi alma. Mi mamá siempre me la puso fácil para salir adelante con todo, y así logré salir sana y sin problema alguno, después.
¿Por qué le cuento esto de hace tantos años? Pues bien, salí positiva del PCR y me tocó aislarme. Me tocó pasar varios días sin hambre, con mucho cansancio y gracias a Dios sin ningún tipo de problema pulmonar. Sentí que mi cuerpo, desde el principio, me estaba gritando, tratando de decir algo y le hice caso. Hice las llamadas respectivas y empecé a tomar todo el montón de medicamento que dicta el protocolo, y un poco más digo yo, sumando las vitaminas y líquidos especiales, me sentía cubierta, y le agrego las gárgaras de agua caliente con sal que hacía.
Luego de diez y seis días, finalmente salí negativa y el toque de libertad regresó a mí. Ya no tenía por qué sentir que podía infectar a alguien por medio de un plato, un vaso, o recibiendo comida o papelería que alguien había tenido el detalle amoroso de enviarme. Mi hijo siempre rociaba con alcohol lo que venía de fuera. Solo quiero contarle que, los gestos y el trato tan especial de mi hijo hacia mí, fueron espectaculares. Me dejaba un plato de fruta picada con una notita cariñosa cada día para que tuviera listo algo de comer en las mañanas. Fue muy atento y especial conmigo. No digamos las llamadas y mensajitos de amigos y familia que me subían el ánimo o, simplemente, querían saber cómo iba y hacerme sentir que estaban pendientes de mí. Puedo sugerirle que nunca hay que dejar de expresar aquello que se siente en el corazón para dar o servir, nunca; no se detenga, sea libre y abierto para compartir su amor y amistad por alguien.
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