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Dije sí a la donación de órganos, de mi hijo Giancarlo, cuando le diagnosticaron muerte cerebral

Con mi familia estábamos en Miami, era la tarde del jueves 2 de diciembre de 1993 cuando, como el destino ya lo tenía decidido para mi hijo, Giancarlo, de año once meses, cayó de una silla con rodos de altura normal, y su cabeza del lado izquierdo rebotó de manera brutal en el suelo. Pasaron cuatro horas, en las que su estado de salud aparentemente era normal.

Estábamos acostados, pecho con pecho, tratándonos de dormir para finalizar el día cuando, de manera repentina, convulsionó por segundos y su cuerpo, luego de estar tenso, quedó totalmente relajado y con sus ojitos cerrados para siempre, aunque su corazón seguía latiendo.

Momentos de angustia siguieron. Los bomberos del área nos auxilió. Nos llevaron al Hospital de la Universidad de Miami. Mi familia siempre estuvo cerca de mí, apoyándome. Cuando pude volver a estar cerca de él, estaba lleno de tubos y alambres en todo su cuerpo. Los médicos me decían que su estado era muy crítico, y que debían hacerle unos exámenes para saber cómo estaba la actividad neurológica de su cerebro. No entendía muy bien de qué se trataban esos exámenes y, en esos momentos de penumbra, no quería decidir nada hasta tener a mi lado a todos mis seres queridos que estaban por llegar.

En algún momento de esta espera, entré al baño y tuve una de las tantas conversaciones que tengo con Dios. Allí le entregué a Giancarlo y le pedí que se hiciera su voluntad sobre él. Sentí, entonces, esa paz que sobrepasa todo entendimiento, y supe que Él tenía perfecto control de todo lo que estaba pasando. Yo tenía que autorizar este examen de mucha importancia. Cuando finalmente lo hicieron, le diagnosticaron muerte cerebral. Lo tenían con un respirador para que, artificialmente, funcionaran sus órganos.

Al conocer esta noticia de muerte cerebral, entre mi dolor y mi tristeza, tuve la claridad, certeza y convicción de querer donar sus órganos. Les dije a los médicos y al coordinador de trasplantes del hospital que tomaran los órganos que pudieran servirle a alguien más para ayudarle a tener esperanza de vida. La oficina coordinadora de trasplante buscaba de manera increíble, con un sistema moderno de computación en la lista única de Estados Unidos, a personas compatibles con él. Para esto, ya habían trascurrido 24 horas de su caída.

En esta espera, tuve la oportunidad de poder seguir cerca de él. Una sala de intensivo, en donde el personal médico siempre fue muy respetuoso y atento para con mis sentimientos de dolor. Había alguien que ofrecía apoyo espiritual en todo momento. Fueron detalles que valoré y me hicieron sentir confortada durante esta espera, al igual que la compañía de los míos.


Al decir sí a la donación de los órganos de mi hijo con muerte cerebral, fue para mí más importante saber que daría un regalo de vida a alguien más, que enfocarme en lo que era su cuerpo físico.

Decidí compartir sus órganos con mucho agradecimiento por el tiempo que lo tuve en este mundo terrenal. Mi dolor y tristeza, en ese momento, se convertían, por una decisión muy personal, en un regalo de amor con paz y agradecimiento para uno o varios desconocidos.

Hoy, después de aquel diciembre de 1993, de esos momentos de dolor, puedo decir que el aprendizaje y conocimiento que he ido logrando me han permitido dar, transmitir y ayudar a muchas personas.


Lo importante ha sido no quedarse “en pausa” sino seguir adelante; comprender que todo en esta vida tiene un propósito perfecto, y que todo siempre nos ayuda para bien. Debemos aprovechar lo que el universo nos permite vivir y sentir para convertirlo en algo positivo, y así, con cualquier sufrimiento que hayamos tenido, es necesario convertirlo en crecimiento. Por eso bien dicen que no hay crecimiento sin sufrimiento.

Situaciones así no les suceden a muchas personas. Junto a otra mamá, quien pasó por una experiencia similar, decidimos hacer de nuestra experiencia algo positivo, y en abril de 2004 creamos Fundación Donaré, una fundación que tenía como objetivo principal, crear la cultura de donación de órganos en Guatemala.

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