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Mataron a la Lula

¡Mataron a la Lula! Ese fue el título que llevaba el e-mail que leí el pasado 15 de marzo, que me envió mi amiga Chichi Bonilla. Con mi hijo Santiago, andábamos en el fin del mundo, en Tierra del Fuego, en la Patagonia Argentina.


Voy a ser sincera, al leer el título, no me imaginaba la noticia tan triste y dolorosa que leería después. Yo, en el fin del mundo, y ella, mi amiga de la juventud, del equipo de soft ball, de experiencias compartidas con confianza, Lula Ortiz, con una bala en la cabeza, terminaba de estar en este mundo de manera brutal, al ir por Carretera a El Salvador a recoger a su hijo pequeño.

Al leer el mensaje y volver a leerlo, me imaginaba la impotencia y desesperación por la que tuvo que pasar Álvaro, su esposo, que iba con ella, después de ese ruido estremecedor que terminó con su vida.

Reflexionando, acompañada de los diferentes correos que nos intercambiamos en el grupo de amigas del soft, aplico cada día que pasa con más conciencia, lo importante que es vivir lo mejor posible el presente. Ser uno mismo siempre, aceptar que hoy estoy y mañana quién sabe. No aceptar ese pensamiento conservador, que algunos viven y creen, que es mejor haber vivido, aunque sea por un tiempo, una experiencia que en su momento fue bella, pero que no puede seguir.

He aprendido, en el caminar de mi vida, que es mejor enfrentarse y defender lo que se ama y se quiere, sin ser esclavo de las estructuras sociales y familiares que le quitan la libertad al alma.

Rechazar cualquier moral que intente reprimir la alegría y el deseo. Decir todo lo que se quiere expresar. Dar y servir con amor, y con un corazón abierto, sin esperar nada a cambio. Saber que Dios tiene un propósito para cada cosa que nos pase, y que siempre nos ayudará para bien.

Hoy, estoy viendo las maravillas naturales tan perfectas que solo Dios puede hacer. Doy gracias porque las puedo disfrutar en compañía de mi hijo. Hoy le sigo dando lo mejor de mí con mucho cariño, ejemplo y enseñanza por la vida. Quiero ser ejemplo para él de que lo vivido, lo dicho, lo expresado y cuanto pueda enseñarle para vivir y disfrutar el aquí y el ahora con respeto, nadie nunca se lo va a poder quitar, y le enseñará a ser independiente y a vivir con seguridad en sí mismo.

Gracias, Lula, por tu amistad, por tu cariño y confianza, por los juegos de soft y las experiencias compartidas. Por el gusto de comprar los huevos frescos que te vendía; por esos momentos en la mañana cuando nos veíamos en la parada del bus. Gracias siempre por todo.

Sé, en donde quiera que estés, que estarás con nosotros en paz y sin resentimiento. ¡Hasta nuestro próximo encuentro, Lulita, cuando me toque mi regreso a casa!

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