El domingo pasado estaba con unos amigos en nuestro camino de regreso a Guatemala, luego de pasar un fin de semana de paz y tranquilidad en San Lucas Tolimán, Atitlán, cuando mi celular sonó y la voz de mi hermana me anunció el accidente aéreo que mi tío Oscar y su amigo Maco habían tenido, por el cual fallecieron de manera instantánea.
Mi primer pensamiento fue para mi papá, cómo se sentía y con quién estaba. Finalmente, llegué a acompañar a mi familia, y a compartir los sentimientos que la partida de un ser querido provoca.
El accidente había sido alrededor de las 11:30 de la mañana, en el volcán de Pacaya, y los cuerpos, luego del tardado rescate de los bomberos por el difícil acceso, los trámites legales del juez de paz, de la morgue y, finalmente, por los preparativos de la funeraria. Los ataúdes fueron saliendo a las dos de la mañana a la sala funeraria.
Fueron catorce horas de espera. Catorce horas que permitieron que la familia asimilara, en cierta forma, la noticia inesperada. Catorce horas en donde se pudieron tomar algunas decisiones necesarias para lo que vendría en las próximas horas.
Los que se han enfrentado a la muerte repentina de un ser querido, y no pueden ver su cuerpo, tardan mucho más en superar su proceso doloroso; a menudo permanecen en un estado de negación durante años. Esta negación no es total, pero sí es una negación parcial que se expresa de diversas formas.
Esas horas permitieron que un amigo, muy cercano y de confianza de la familia, hiciera los trámites y preparativos en la funeraria de una manera incondicional. Es necesario revisar de una manera fría y acertada los contratos funerarios, en los cuales muchas veces, debido al dolor que nos rodea, se firman gastos innecesarios. Por eso, es recomendable que sea alguien de confianza quien los revise, analice y firme. O, por el contrario, tener escogido y pagado, por uno mismo, su propio velorio.
Ya en la funeraria, comienza a llegar el resto de familia y amigos que, amablemente, quieren acompañar a los deudos en esos momentos de dolor.Hay personas que llegan un momentito, muestran sus condolencias y se van. Mientras que otras, se toman el tiempo necesario para acompañar y compartir anécdotas que vivieron con la persona fallecida, o que amablemente atienden y ofrecen algo de tomar o comer a quien lo necesita. Es muy rico sentir ese apoyo incondicional que los amigos ofrecen en esos momentos de confusión con la realidad que se está viviendo.
Es tan importante saber que no se está solo con el dolor y la pérdida, y reunirse con los miembros dispersos de la familia, así como compartir públicamente el significado de la vida de la persona que se ha ido y el sentido que dejó a nuestra vida. Es un agradecimiento, un tributo en el que se comparte la aflicción y la pena, el consuelo y la esperanza.
La familia de un ser querido que muere, de forma repentina y trágica, necesita un entorno tranquilo y seguro en el que pueda abrirse y compartir sus sentimientos, donde pueda llorar y expresarse sin que nadie se los impida y trate de tranquilizarlos; y donde puedan expresar en palabras lo indecible.
Expresarse y llorar es muy importante para limpiar y sanar el alma de cada quien. Es necesario que quien necesite expresarse, lo haga como pueda. Y los que podemos y queremos, debemos dar nuestro apoyo con un abrazo, transmitiendo paz o bien tomando la mano amiga, y que sientan el cariño que se tiene y se quiere transmitir. La comprensión y compasión debe rodear el ambiente para sentir tranquilidad, y que la angustia que en esos momentos se sienten, se vayan diluyendo poco a poco.
Alguien estaba viendo fijamente el ataúd, que estaba rodeado de bellos arreglos florales de distintos colores, cuando me le acerqué y me dijo: “No puedo creer que Oscar esté allí”; yo le respondí: “Acuérdese que el accidente fue el medio como él terminó su misión en esta vida terrenal. Es duro que haya sido así, pero debemos aprender de esta y de todas las experiencias, pues son oportunidades que se nos ofrecen para aprender y crecer”.
Ya en el cementerio, fue muy importante la compañía y el apoyo de los amigos. Cómo de una manera incondicional alguien da un discurso corto y concreto, expresando los sentimientos que tenía por Oscar.
Ese momento, posiblemente el más duro de ese desprendimiento, el silencio que rodea al ambiente, la espera de que el albañil haga su labor, y los sentimientos de todos los presentes hacia Oscar, dejan que las lágrimas y los pensamientos corran libremente hacia el más allá. Camino que todos, un día, tomaremos y seguiremos a los que se nos han adelantado.
Gracias a todas las personas que, de una u otra forma, nos expresaron su pesar y nos acompañaron en esos momentos de dolor y angustia.
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