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La niña que vió por primera vez el mar

Dicen que los pequeños detalles hacen las grandes diferencias y hoy tuve esa oportunidad, hacer algo pequeño por alguien más, algo que, para mí, ha sido parte de los regalos de mi vida, algo que mis papás me dejaron desde chiquita, ver y disfrutar del mar.


De esas pequeñas cosas que pueden representar algo muy diferente y que se quedan grabadas en mente y corazón, en una vida, con tan sólo llevar por primera vez a una niña de cuatro años, Daniela, a ver y conocer el mar.


Mi lavadora se descompuso y el técnico llegaría a verla. Tenía la opción de ir y venir el mismo día o podía quedarme un día más. Evaluando cada una de las alternativas y sabiendo que el técnico me había citado a las 9 de la mañana, me pregunté si sería una buena idea aprovechar y llevar al guardián de mi casa en la montaña con su hijita, a que conocieran el mar.


Cuando le pregunté si quería ir, ni siquiera lo dudó, me dijo que sí. Listo, el plan estaba claro, ir y venir el mismo día. Hora y media de carro haciendo la parada técnica en Oasis para comprar las deliciosas carnitas y guacamol con tortillitas para el almuerzo. Llegamos junto con el técnico y atravesamos el canal en lanchita todos juntos para llegar a ver el mar, otra nueva aventura para esta chiquita.


Daniela, tomada de la mano de su papá, vió el mar de lejos. Se quedó ida viendo a distancia esa inmensidad de un mar abierto con olas deliciosas para atravesarlas cuando se está nadando; ella jaló a su papá hacia el mar porque quería caminar y estar más cerca. ¡Está lindo!, dijo. El día estaba precioso, con un cielo totalmente azul, el color que más dice Daniela ahora que le estoy enseñando los números y colores.

Llegó a la arena negra, con sus zapatitos que llevaba puestos, no sentía el calor que se siente cuando

se está descalzo a esa hora sobre la arena. Quería agacharse a recoger conchitas, casi no había, lo que

sí había era demasiada basura, botellas de plástico y mucha suciedad de plantas que tiran al canal y luego

llegan al mar. Obviamente ella no tenía punto de comparación entre una playa limpia y otra como la

vio por primera vez. Fue triste, para mí, ver esa falta de cultura y cuidado de nuestras playas que se mantienen muy sucias.


Me encanta sentir esa felicidad de alguien más, con tan sólo haber podido darle la oportunidad de

compartir un día diferente, un día donde pudo apreciar sin saber qué apreciaba y hacer algo totalmente nuevo para ella. Un día con personas que le dieron cariño al tenerla cerca, pues las hijas y la nieta de Juan

estuvieron acompañándola y haciéndola sentir en casa. Los pequeños detalles hacen las grandes diferencias, insisto.

¡Qué fácil es hacer feliz a alguien!, con algo tan pequeño. ¿Por qué nos cuesta tanto dar?, ¿por qué suponemos en vez de preguntar? Siempre digo que no es lo mismo suponer que saber, y el resultado cómo cambia cuando podemos hablar en la misma frecuencia con alguien más.

Doy gracias a Dios por este día, y por esas oportunidades que la vida me presta para dar momentos de felicidad a alguien más. Dar energía, buena vibra, una sonrisa… el entusiasmo que sale del corazón lo hace a uno ser diferente, pero, sobre todo, ser ejemplo de amarse a sí mismo. Y tengo clarísimo que, al dar momentos de amor y felicidad, yo también los estoy recibiendo, porque, al fin y al cabo, nadie puede dar lo que no tiene, ¿o sí?


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