Ni el tiempo, ni la distancia han sido factores para afectar el cariño y la amistad que empecé sembrando desde 1971, cuando apenas tenÃa 15 años, con dos familias mexicanas muy queridas y especiales para mÃ. Los Saavedra Buenrostro y los Rasch Müller.
El tiempo siguió pasando y, en 1981, cuando me fui a estudiar mi maestrÃa a Francia, y la vida de cada uno de ellos iba tomando su propio camino, la distancia empezó a sentirse. Cada quien estaba en su dÃa a dÃa con las obligaciones de familia y actividades profesionales. Empezó, entonces, a tenerse un distanciamiento fÃsico. Nos separamos. Dejamos de compartir lo que antes nos unÃa, pero siempre, de alguna manera, seguÃa sabiendo algo de ellos, algo de lo bueno, alegre, duro o difÃcil por lo que sus vidas estaban pasando y lo que acontecÃa, aunque era casi solo con titulares, sin mayor detalle.
Supe, entonces, de ese evento que harÃa Cecilia y, a pesar de que serÃa el mismo dÃa del cumpleaños de mi papá, elegà aparecerme de manera sorpresiva. El fin de semana del 11 de marzo de 2007, tuve la oportunidad de volver con ellos al evento familiar. Cecilia, a quien yo siempre la llamaba por su segundo apellido, Buenrostro, le ofrecÃa un baby shower a la esposa de su sobrino Gus. Llegué de sorpresa para algunos, especialmente para Cecilia.
Después de casi quince años de no ver a la mayorÃa de ellos, me aparecà con el apoyo de algunos para que me escondieran y pudiera hacerse la sorpresa como lo deseábamos. Cecilia estaba pasando por un tratamiento de cáncer y todos sabÃan del gran cariño que siempre nos habÃa unido.
Fue muy lindo sentir el afecto y amistad tan fuerte que me expresaron. ParecÃa que el tiempo no habÃa pasado. Esa sensación de familia que vivà con ellos en los setenta, la volvÃa a sentir. No como una desconocida, sino al contrario, mis semillas sembradas en aquella época dejaron una buena y sólida cosecha, con una base de amor incondicional que volvà a experimentar.
Comparto este sentimiento, porque quiero dejar plasmado y expresar cómo me sentÃ. Pude darme cuenta de que es muy importante dar lo mejor de uno, con toda honestidad, amor puro e incondicional. Una entrega sin ningún tipo de interés, sentir y hacer siempre, en cada acto que vivamos de la vida, en esa misma dirección.
Como digo, cuando viene al caso, dejar siempre la bandera en alto, porque uno nunca sabe cuando le toca regresar a algún lugar. Y muchas veces, dependiendo de cómo fuimos y nos comportamos, asà nos abrirán la puerta o nos dejarán fuera.