Hace unos días, tuve la oportunidad de realizar algo que, desde hacía muchos años quería hacer: recorrer Guatemala. Fueron varios días durante los que recorrimos más de 1,800 kilómetros, distancia que me permitió sentir tanto el calor de Zacapa como el frío de Huehue.
Compartimos comidas tan variadas, desde una mojarra a la orilla de Río Dulce, o las tortillas grandes de Izabal, con frijolitos y queso fresco.
En la casa de un cliente en Chiquimula, cenamos unas deliciosas garnachas preparadas con especial cariño. En San Juan Ostuncalco, comimos tortillas negras con chicharrones. Fuimos tan bien recibidos en todos lados. Igual estuvimos en un buen restaurante de Xela, como en lugares de comida sencilla a la orilla de la carretera.
Oír las experiencias de crecimiento y progreso de clientes, desde el tiempo de sus antepasados, y cómo, de generación en generación, los hijos o nietos han seguido sacando adelante el negocio. El deseo de dejar un buen nombre a sus hijos y el jemplo de honestidad, honorabilidad y responsabilidad para seguir abriéndose camino me recuerda Lucas 8, 5-8. Fue un recorrido espectacular de vistas naturales.
Carreteras, algunas nuevas para mí, como la de Zacapa a Gualán o la de Sanarate a Jutiapa. Paisajes de árboles grandes o pequeños, en grupos o solos que adornan las grandes montañas. Algunas veces el cielo despejado y otras con neblina. Al pasar por Chiantla, fue muy lindo visitar a la Virgen de Plata y darle gracias por todo lo que nos ha bendecido.
El espectáculo incomparable que se siente en el mirador de Los Cuchumatanes, un estar tan cerca de Dios y el cielo. Mis ojos no se cansaban de ver la belleza natural que la inmensidad me ofrecía. Un oír del viento tan parejo y ese frío acogedor. Momentos de reflexión, donde toda esa inmensidad se siente con la energía que el lugar ofrece y donde no hay límites para los sueños, sentimientos o la vida en sí.-
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