Hace once años, en 1993, empezó un aprendizaje muy fuerte y profundo para mi alma. Mi hijo Giancarlo partió sin un adiós. Me dio unos días de preparación para que, antes de partir, físicamente, alguien más pudiera continuar su existencia. Y pude donar sus órganos.
Sé que su venida no fue en vano, y sirvió de mucho. Fue un ángel que vino a enseñarme un camino como maestro y, en su momento, lo comprendí. Hoy, el dolor que tuve con su partida, es una sabiduría de mucha FE. Comprendí que todo pasa como tiene que pasar. Aprendí que el Plan Divino es la fuerza para
crecer y aprender, y que no hay crecimiento sin sufrimiento.
Gracias, Giancarlo, porque gracias a tu iluminación he aprendido mucho del dolor y del gozo, de la vida y de la muerte. Y hoy sé que es importante llevar la alegría del amor, siempre en el corazón. Sé que no debo temer en la obscuridad, lo que Dios me dice en la luz.
Te doy mil gracias por haberme escogido como tu mamá terrenal para ayudarte en tu camino espiritual, y te doy gracias también porque a mí me has servido de mucha inspiración para dar y servir a mi prójimo.
Hoy, más que nunca, puedo decir que “el dolor de hoy es la experiencia del mañana”. Guíame, para que junto a tu luz pueda seguir viviendo, creciendo y sirviendo al buen DIOS, hasta encontrarnos otra vez.
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