Hoy, 3 de diciembre, pasé el día terminando de leer los libros de Gaby Pérez Islas, pues a las 5 de la tarde recibiría su llamada para tener una conversación final y saber si lograría ganarme el título del Diplomado de Tanatología. Empecé oficialmente a recibirlo en línea en agosto de este 2020, año que ha estado lleno de muchas ilusiones para mí.
Cuando hace un poco más de un mes escribí para decir que ya estaba lista para mi revisión final, la fecha que me dio Gaby fue la de hoy 3 de diciembre. Hoy es el aniversario de la transición número 27 de mi hijo Giancarlo. Así se lo dije hoy en nuestra conversación, y me dijo: “No hay casualidades, solo causalidades”.
Desde aquel diciembre de 1993, mi búsqueda por entender y procesar lo que después entendería como las etapas del duelo fue intensa. Busqué mucha ayuda para salir de la tristeza que me envolvía en ese entonces. Perder un hijo no es nada fácil. Cuesta aceptar que la línea de vida que se supone que existe, se cambie de rumbo así de fácil. Quién diría que un hijo se va antes que un papá o una abuelita. Pero la vida tiene su encanto y, en mi caso, me ha privilegiado con muchas experiencias que me han permitido aprender muchísimo por este gran viaje de mi biografía.
A raíz de la partida de Giancarlo, en 1993, junto con otras mamás, en junio de 1994 organizamos un grupo de apoyo para padres que han perdido a sus hijos, grupo que nombramos Crisálida. Allí tuvimos el privilegio de recibir charlas con la doctora costarricense Lisbeth Quesada Tristán sobre el tema de Tanatología. Es obvio que, en aquel entonces, ese tema era totalmente desconocido, no como ahora que se está poniendo de moda en Guatemala.
Siempre buscando cómo seguir creciendo y aprendiendo sobre la tanatología, me fui en noviembre de 1994 a HeadWaters, Washington, a recibir un taller de crecimiento personal y espiritual (no de religión), al Centro de Elisabeth Kübler Ross. La Dra. Kübler Ross fue una gran guía, es la primera que se atrevió a hablar sobre los sentimientos de enfermos terminales, tanto en adultos como en niños, y sobre las cinco etapas del duelo. Solo puedo decir de ella que es lo máximo, una gran guía a seguir.
Totalmente fue una experiencia fuera de serie, que me abrió una visión sobre la vida muy diferente a la que estaba acostumbrada. La pérdida de Giancarlo y la de mis otros hijos me llevaron a un gran inicio de increíbles oportunidades de crecimiento. Tuve la oportunidad de ir dos veces a estos talleres y pude procesar tantas emociones allí como nunca me imaginé que se podían trabajar. Ese encuentro conmigo misma fue maravilloso. Ese encontrarme y conocer a una Mayra diferente a la que creí fue impresionante. Dos veces fui a estos talleres, y puedo decir que han sido dos experiencias únicas por todo lo que sentí, aprendí y solté.
Mi deseo de seguir aprendiendo más y conocer sobre emociones y sentimientos que se tienen en todo sentido, me llevó a Costa Rica en febrero de 1995. A partir de ahí, y por varios años, tuve a dos grandes maestros en mi vida; les agradezco muchísimo, pues gracias a ellos, tuve el privilegio de seguirme encontrando conmigo misma; Dawn Bramadant, un ser de luz que ilumina muchas almas en este mundo terrenal, y Keith Willcock, un gran ser con una sensibilidad e intuición fuera de serie. Mi vida seguía dando un giro y una apertura a tanto desconocido sobre los sentimientos y las emociones, acerca de la aceptación y el amor por uno mismo, por entender de qué se trata la vida.
Mi interés seguía creciendo y las lecturas que iban llegando a mis manos me las iba devorando. Poco a poco, fui entendiendo que sentía algo especial con enfermos terminales, y era sorprendente la energía
que me movía cuando salía luego de estar con ellos. Suena raro, pero puedo decir que me encanta lo que
siento. Como dicen algunos, huelo lo que puede llegar a pasar.
Tengo varias de esas experiencias y me he sentido muy agradecida por lo que vivo. Ha sido un gran regalo para mi alma. Ayudar a dar ese paso de transición es algo muy especial, y puedo decir con gran satisfacción que, tanto mi papá como mi mamá, me dieron el gran regalo de estar a su lado tomados de mi mano en sus últimos minutos. Esto para mí fue como un premio a mi alma.
Hacía falta algo a mi conocimiento y experiencia, un título. Siguiendo a la tanatóloga mexicana, Licda.
Gaby Pérez Islas, quien tiene mucho conocimiento y experiencia sobre la tanatología y es discípula de la Dra. Kübler Ross, vi que estaba ofreciendo un Diplomado de Tanatología en línea y, sin chistar, me
inscribí. A pesar de que he leído mucho sobre este tema, todavía no tenía en mano los libros de ella.
Los conseguí y los leí, pues son parte del diplomado, todos llevan el mismo tipo de mensaje, pero con
información e historias muy diferentes, y con una lectura superfácil de entender y leer. Puedo decir
que, de los seis que lleva escritos, los que más me gustaron son “Viajar por la vida” y “Cómo curar un
corazón roto”. Se los recomiendo.
Y el 3 de diciembre llegó, y luego de una llamada de 30 minutos con Gaby, con sus respectivas preguntas, observaciones, felicitaciones y demás, me dijo que era su alumna #32 del diplomado en línea, y en Guatemala, la primera en obtener su Diplomado de Tanatología en línea.
Me siento supersatisfecha y muy contenta porque a mis 64 años sigo, como puse en 1981 en mi tesis “La mujer como autoridad gerencial en Guatemala”, cuando obtuve mi Licenciatura de Administración
de Empresas y escribí esta frase: “Lo importante no es mantenerse estudiando, sino tener el deseo y las ganas de aprender algo nuevo cada día”; así que ya soy una Tanatóloga oficial, y seguro que voy por más.
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